
De momento, Washington opta por dejar las manos libres a su aliado, Israel, en la ofensiva a gran escala que ha lanzado contra Irán. El múltiple ataque al país persa, con doscientos aviones bombardeando más de un centenar de objetivos, juega a favor de la estrategia estadounidense en Oriente Medio, pues presiona a Teherán sobre su programa atómico. Aunque puede descarrilar las conversaciones en curso, golpea sus instalaciones militares más importantes y aparta la mirada internacional del genocidio que está cometiendo Israel en Gaza y que salpica a Estados Unidos.
Sin embargo, el riesgo de que la confrontación entre israelíes e iraníes, con la respuesta decidida de Teherán a la iniciativa bélica de Israel, derive en una guerra total en Oriente Medio es muy alto y la Casa Blanca baraja sus cartas para reducir esa onda expansiva y evitar el colapso, en el momento menos oportuno, de un área clave para la economía mundial que el presidente Donald Trump intenta resetear con su cruzada arancelaria.
Los ataques lanzados por Israel desde el viernes a infraestructuras militares, civiles y nucleares iraníes resaltan la impunidad de Benjamín Netanyahu para imponer la hoja de ruta de un Israel hegemónico en Oriente Medio. Y aunque el primer ministro israelí pretende presentarse ante la Casa Blanca como la punta de lanza de la política exterior estadounidense en la región, en realidad tiene sus propios intereses, que pasan por desestabilizar a todos los actores regionales, incluidos, y si es necesario, los propios EEUU.
Esta estrategia emprendida por el primer ministro israelí hace más de veinte meses se ha aplicado ya en Gaza, para aplastar los derechos del Estado palestino y preparar su anexión y la de Cisjordania; en el Líbano, donde su invasión ha debilitado al movimiento Hezbolá, aliado de Irán; en Siria, donde sus ataques continuados debilitaron al régimen de Bachar al Asad y ayudaron a su caída, y en general en todo Oriente Medio contra el llamado Eje de Resistencia de facciones islamistas aliadas de Teherán frente al Estado judío.
Irán, el premio gordo
Pero la pieza mayor en esta guerra contra todos de Israel era Irán, justo donde sus intereses coinciden en mayor medida con los de EEUU. Washington y Tel Aviv desean el fin del régimen de los ayatolás, pero contemplan el día después de forma diferente.
Israel busca, con este choque directo con Teherán, acabar con todas las opciones nucleares de Irán que deriven a medio plazo en la consecución de armas atómicas. Da igual que Israel, país armado nuclearmente, supere en una proporción de cien a una ese número de cabezas nucleares que pueda disponer en el futuro Irán. Una sola bastaría, en un territorio como el de Israel y con tantos enemigos que buscan su desaparición como Estado, para sentenciar su destino.
De momento, Irán ha indicado que “no tiene sentido”, dado lo ocurrido, participar en la sexta ronda de negociaciones que este domingo debería acoger Omán entre estadounidenses e iraníes sobre el programa nuclear de Teherán, pero no ha descartado la posibilidad de acudir finalmente.
Trump ha amenazado a Teherán con una “brutal” respuesta si se retira de ese diálogo. “Irán debe llegar a un acuerdo antes de que no quede nada y salvar lo que en su día se conoció como el imperio iraní. Debe hacerlo antes de que sea demasiado tarde”, afirmó.
Una reunión entre iraníes y estadounidenses en estos momentos podría dar a Trump el pretexto para frenar las acciones de Israel, que, de momento, ha abatido objetivos muy importantes, además de los blancos militares y nucleares.
En los ataques israelíes comenzados el viernes, entre las decenas de personas abatidas por las bombas, Irán ha confirmado la muerte del jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, el general Mohamad Hosein Baqerí; del comandante en jefe de la Guardia Revolucionaria de Irán, Hossein Salamí, y del jefe de la Fuerza Aeroespacial de la Guardia, el general Amir Ali Hajizadeh, además de otros oficiales de alto rango.
La ofensiva contra el programa nuclear iraní ha afectado a las plantas de enriquecimiento de uranio de Natanz y Fordó, y otras instalaciones atómicas en Isfahán. Murieron al menos nueve de los científicos que dirigían esas investigaciones nucleares.
Desviar la atención del genocidio palestino
El segundo objetivo de Israel al atacar Irán en estos momentos es desviar la atención mundial (especialmente la estadounidense) de Gaza, donde el nivel de destrucción y muerte ya sobrepasa todos los parámetros. Occidente, hasta ahora defensor de Israel, ya estaba contemplando con muchos reparos la política genocida de Netanyahu en la Franja.
Incluso Gran Bretaña, amigo de siempre de Tel Aviv, estaba liderando en Occidente esa condena con sanciones que, si bien poco efectivas, suponen una bofetada a Netanyahu.
Gran Bretaña y Estados Unidos defendieron a Israel en la grave crisis de abril de 2024. Ese 1 de abril, el ejército israelí atacó la sede diplomática de Irán en Damasco y acabó con 16 altos mandos iraníes y otros funcionarios, entre ellos el general de la Guardia Revolucionaria Mohammad Reza Zahedi. Irán respondió días después con el lanzamiento de más de 300 misiles y drones contra Israel, que en su mayor parte fueron interceptados con la ayuda de las fuerzas desplegadas en Oriente Medio de EEUU y Gran Bretaña. Israel respondió atacando instalaciones militares en Irán, sin mayores consecuencias.
Que ahora Londres se ponga muy crítico con Israel por sus acciones en Gaza no gusta nada en Tel Aviv. Por eso, una de las intenciones de Netanyahu con este ataque a Irán es devolver a la casilla de salida el respaldo de sus principales aliados en Occidente, Gran Bretaña y EEUU.
Una ofensiva distinta
Las fuerzas armadas israelíes ya confrontaron también a Irán el año pasado al asesinar a los líderes de Hamás, Ismail Haniyeh y Yahia Sinwar, así como al dirigente máximo de Hezbolá, Hasán Nasralá, aliados de Teherán. Irán respondió con nuevos lanzamientos de misiles e Israel con sus primeros ataques directos sobre territorio iraní, contra infraestructuras antiaéreas y sistemas misilísticos.
Pero la actual ofensiva israelí es distinta y mucho más peligrosa, pues supone una acción de guerra programada y no en respuesta a anteriores provocaciones. Y ahí es donde el tercer motivo de esta operación israelí muestra sus aristas más preocupantes que, en un principio, tuvieron la renuencia inicial de Trump a dar el visto bueno apoyo al ataque.
Y es que Netanyahu nunca ha ocultado su intención de acabar con el régimen islamista que rige los destinos de Irán y está dispuesto a todo para acometer ese objetivo. Eso sí, para ello precisa del apoyo incuestionable, político y militar, de EEUU.
Sin embargo, lo que menos querría en estos momentos la Casa Blanca es un nuevo Estado semifallido en la zona, como ocurre en Irak y Siria. Ni siquiera la despiadada aliada Turquía podría contender con tal desequilibrio y aplacar una marejada geopolítica que impactaría también en el conflicto de Ucrania.
A Rusia tampoco le interesa la caída del régimen iraní, con el que hace muy buenas migas, aunque no hasta el extremo de disponer de un pacto de asistencia militar mutua en caso de agresión, como sí tiene con Corea del Norte. Pero Moscú siempre podría utilizar ese vacío de poder en Irán para intentar volver a Oriente Medio con la fuerza que perdió al caer el régimen de Al Asad en Siria. Incluso una fragmentación de un Irán sin el clero chií al frente podría beneficiar al Kremlin, al igual que a Israel.
La huida hacia delante de Netanyahu
La clave es la dirección que tomará Israel tras esta ofensiva. Las condenas internacionales se han sucedido desde que comenzó el ataque múltiple, desde China al Vaticano, pero no parece que vayan a influir lo más mínimo en los planes finales de Netanyahu.
El primer ministro israelí, denostado internacionalmente por la matanza de más de 55.000 palestinos en Gaza y acorralado políticamente en su propio país, ha convertido el conflicto con Irán en su huida hacia delante, en la que imponer sus propias condiciones militares y diplomáticas.
Sin embargo, ni siquiera los más optimistas en Israel, que claman ya por el colapso del régimen iraní, pueden garantizar que este desmoronamiento vaya a ser rápido, como el ocurrido recientemente con Al Asad, y que el derrumbe no vaya a traer consigo una catástrofe regional.
Israel no está preparado para una guerra con Irán sin EEUU
Tampoco está el ejército israelí preparado para una guerra sin el apoyo de EEUU y de sus aliados occidentales que hoy día proporcionan buena parte de las armas que Tel Aviv emplea incluso en Gaza para matar civiles. Para ese conflicto de larga duración, Netanyahu necesitaría del apoyo pleno de Trump y éste debería convencer a muchos políticos en el Congreso estadounidense para lograr una involucración tan incierta.
Trump prometió acabar con la guerra de Ucrania en 24 horas y ahora amenaza con desentenderse de ella, pues no tiene viso siquiera de encauzarla con negociaciones de paz. Tampoco logró convencer a Israel para acabar con la invasión de Gaza, donde el desastre humanitario es mayor que cuando llegó al poder, pues Netanyahu se ha visto con su beneplácito para masacrar más a los gazatíes.
Si hay una guerra abierta con Irán, podría ser muy larga e incluso podría requerir una intervención terrestre, no solo contra ese país, sino posiblemente en Irak para prevenir sus ondas expansivas. Los israelíes, pese a su poder militar aéreo, no pueden llevarla a cabo y solo podrían participar en respaldo de EEUU. Y además tendrían que insistir en su invasión en el Líbano, donde Hezbolá está debilitada, pero ni mucho menos derrotada.
Esta opción es la que más le gustaría, pese a todo, a Netanyahu, pues nadie se fijaría en sus desmanes en Gaza ni en sus acciones sobre el Líbano o Siria. Sin embargo, dentro de Israel el descontento hacia la política exterior de Netanyahu podría crecer si los ataques israelíes son respondidos con drones y misiles iraníes cayendo en las ciudades de Israel.
Es de esperar que en la Casa Blanca prime algo de cordura y se evite semejante desastre total, que, por ejemplo, podría llevar al bloqueo iraní del estrecho de Ormuz y al colapso de la distribución de hidrocarburos desde el Golfo Pérsico. La guerra arancelaria de Trump sería un mero chiste frente a semejante hecatombe económica.